Desde un punto de vista conceptual, un edificio puede definirse como un objeto complejo constituido por varios sistemas, cada uno con su propia lógica, y que a la vez han de ser compatibles entre sí. Mediante la combinación de las prestaciones que ofrecen esos sistemas (esqueleto resistente, envolvente, compartimentación, acabados, instalaciones, etc.) se satisfacen los requisitos básicos de seguridad, habitabilidad y salubridad que, con sus distintos niveles y enfoques, son inherentes al propósito de construir. Todo ello dentro de un contexto tan rico como complicado que abarca un elenco variadísimo de campos: legal, normativo, urbanístico, funcional, técnico, histórico, simbólico o cultural.
Si se me permite la analogía, un edificio –incluso en el nivel más elemental de una simple vivienda aislada- es algo así como un crucigrama: un conjunto de palabras, sometidas a las correspondientes reglas ortográficas, se ensamblan para formar una unidad superior y coherente. Cualquier modificación de una letra supone también una recomposición general.
Como bien sabemos los arquitectos, la tarea de proyectar consiste básicamente en la búsqueda de las alternativas más eficaces, en todos los sentidos, para conciliar los sistemas constituyentes del edificio.
Planteo esta reflexión porque, a mi parecer, resulta pertinente y oportuna en el momento actual. Previsiblemente, la rehabilitación del parque inmueble existente va a alcanzar un peso en el sector de la construcción muy superior del que ha tenido hasta ahora. Este cambio impone a los profesionales un esfuerzo de adaptación de sus conocimientos. La mejora del confort térmico y acústico, la eliminación de barreras, la sustitución de materiales obsoletos o insalubres, la adaptación de los programas funcionales a la composición sociológica actual o venidera, la preservación de los rasgos tipológicos o ambientales que con el tiempo han adquirido la categoría de invariantes son algunas de las muchas tareas que los arquitectos y otros agentes partícipes en el sector de la construcción habremos de afrontar en un futuro inmediato. Esta nueva perspectiva apunta hacia una especialización temática. Sin embargo, la necesaria profundización en el conocimiento de áreas concretas no debiera debilitar la visión global del edificio entendido como un todo que integra armónicamente sus partes.
Conviene que cualquier intervención, por pequeña que sea, se plantee con una visión integral. Un caso obvio es la rehabilitación energética de fachadas o cubiertas pues esta operación implica la toma de decisiones que afectan a la imagen pública del inmueble y a su integración, armónica o desafortunada, con el entorno. Pero hay muchos más vínculos y, con frecuencia, menos notorios y no por ello intrascendentes.
Las políticas vigentes hoy día a favor de la mejora de la accesibilidad o de la eficiencia energética, cuya necesidad es innegable, no deben materializarse mediante el sacrificio deliberado o involuntario, por ignorancia o por un enfoque parcial, de otros parámetros y de los valores arquitectónicos de los edificios.
Eloy Algorri García.
Secretario General del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España
Fuente: CSCAE
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