.../... Cuando acabé la carrera tuve la suerte de empezar a trabajar en seguida como arquitecto en mi pueblo. Recuerdo que una vez fui al ayuntamiento a preguntarle unas dudas a la arquitecta municipal, pero no estaba (era una honorífica que iba un día a la semana, cuando podía) y me atendió directamente el alcalde (que, como todos los alcaldes que he conocido en mi vida, era un arquitecto amateur). Sacó una de esas clásicas carpetas azules de cartón que llevan unas gomitas en las esquinas para mantenerse cerradas. Con rotulador negro tenía escrito: "Hurbanismo".
Me llamó muchísimo la atención y lo pasé regular discutiendo las condiciones de aprovechamiento de una parcela con aquella eminencia.
Pero ahora lo entiendo perfectamente: El alcalde era el primero de la historia de mi pueblo que tenía ese nuevo concepto en su mente como algo muy importante, y estaba fascinado con él. Por eso le había puesto una H. Y no lo había escrito con v, sino con b (b alta), por lo mismo.
El Hurbanismo era algo nuevo, algo de gran prosopopeya e importancia. El Hurbanismo abría una etapa decisiva en la historia de mi pueblo.
Curioso, porque esa voz, "hurbanismo", es una de las más interesantes de nuestra lengua carpetovetónica, y tiene dos fascinantes corolarios:
1. Crea el concepto de "valor residual", porque con el hurbanismo es imposible saber el valor de un suelo, y se hace al revés, empezando por el final y restando valores diversos para que el del suelo sea "lo que quede", un residuo. Esto hace que se pase de aquel valor de repercusión del 20 o 30% a uno del 60%, del 70%, y subiendo hasta el estallido final.
2. El sistema está establecido de tal manera que si tienes tierras (de secano o de regadío, o incluso eriales yermos; eso ahora da lo mismo), una mera decisión administrativa te pueda hacer rico. El sistema, por lo tanto, es corruptógeno desde su misma concepción.../...
Extracto del brillante artículo de nuestro compañero Jose Ramón Hernandez Correa publicado en Arquitectamos locos?