martes, 1 de diciembre de 2015

[433] EL TÍPICO ARQUITECTO

1. El típico arquitecto no habla bien, o mejor dicho no se le entiende cuando habla, es bastante pesado, cansino diría yo. Para decir una sencilla frase lo lía todo de tal manera que uno no se entera de lo que quiere decir. Hace tiempo descubrí en un magnífico blog de arquitectura, un "manual de discurso automático para arquitectos" de tal manera que cogiendo cualquier palabra al azar de las veinte filas que hay y, ordenándolas de manera correlativa en las siete columnas, te sale la frase típica de un arquitecto. A mí me salió esta:
"La nitidez fenomenológica de la sección organiza una vibración genéricamente compuesta"... ¿A que te has quedado igual?
Les dejo el enlace para que hagan la prueba, es sencillamente genial.
2. El típico arquitecto tiene una forma de vestir bastante peculiar, dependiendo también en que parte del día lo pilles. Si es a primera hora te encontrarás a una persona con pantalones elegantes pero informales, zapatillas cómodas, chaquetita de entretiempo para parecer interesante y, si tiene miopía, con gafas de pasta.
La cosa cambia a última hora del día. Será la misma persona pero despeinado, ya sin la chaquetita, la camisa por fuera, con las mangas remangadas y con una cara de estar hasta las narices del mundo en general. Si a todo esto le sumas que siempre va vestido como un cuervo entonces sí, entonces es el auténtico, el típico.
3. La alimentación es otro factor importante que influye de manera significativa en la personalidad del arquitecto. Si tiene que comer con algún cliente te lo encontrarás en un restaurante de mesa y mantel. Es fácil saber quien de los dos es el arquitecto, sobre todo a la hora de pedir la cuenta, ya que suele ser el técnico quien se levanta un momento para ir al baño (casualmente).
Muy distinto es cuando tiene que comer solo, optando por algo más sencillo y minimalista como puede ser un bocadillo de mortadela y su caña en el bar de Paco. Bien es verdad que de vez en cuando te lo puedes encontrar pegándose un homenaje en el Mc Donalds o en el Burguer King, pero esto es ya más complicado.
4. Aunque no es buena época para la profesión, los arquitectos somos seres que estamos siempre ocupados, siempre estamos liados con algo aunque no esté remunerado, tendencia muy común últimamente. Hay que sembrar para luego recoger dicen, pues nosotros estamos todo el día en la huerta. Pero hay algo por lo que, aun estando de trabajo hasta arriba, lo dejamos todo… un nuevo presupuesto, y si es de un edificio plurifamiliar ya no te digo nada. Media horita al día podemos sacar en nuestra apretada agenda para valorar un cambio de uso de un local.
5. Otra característica que nos define es que tenemos tendencia a dibujarlo todo. Nuestro portaminas Faver Castell y una servilleta son nuestra perdición. Si nos dejan dibujaríamos hasta la lista de la compra, acotada por supuesto, y con algún detalle constructivo, para que se entienda mejor.
Es fácil distinguir a un arquitecto en cualquier charla o curso, aquel que no está atendiendo y dibujando el careto del conferenciante, o haciendo una perspectiva de la sala, ese el hombre, el típico.
6. Muchas veces nos encontramos con el profesional de apellido. Con esto me refiero a que cuando te lo presentan, siempre, tras su nombre, viene su apellido, por ejemplo: "Hola, soy Borja, arquitecto", así te lo estén presentado en un funeral o siendo el nuevo novio de tu prima. Algo lamentable que sucedía bastante en otras épocas mas boyantes y que, hoy en día, es más difícil de encontrar (gracias a Dios).
7. Un vicio que tiene el típico arquitecto es el café, aunque no le guste no le queda más remedio que tragárselo. El café es una droga que te vas metiendo poco a poco y de manera inconsciente durante la carrera y que es tan importante, o más, que el Autocad, de hecho no se concibe el uno sin el otro. Por eso cuando quedes con alguno en un bar o cafetería y se pide un té, desconfía, no es el típico.
8. El típico arquitecto alcanza su máximo apogeo cuando se junta con los de su especie en actos lúdicos, formando corrillos en donde ponen a caerse de un burro al Colegio correspondiente, se cuentan cuantos pagarés sin cobrar tienen en el banco, o en que nueva historia están inmersos, porque el típico arquitecto es también el típico emprendedor.

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